"LA FABULA DE LOS LEÑADORES PROFESIONALES"
La fábula nos narra la historia de dos leñadores profesionales, uno joven y robusto y otro de edad avanzada, con mayor experiencia pero con menor vitalidad.
Un día el joven , confiando plenamente en su fuerza y desdeñando la valía y la experiencia del viejo le dijo a éste: “Apuesto lo que quieras a que corto más árboles que tú”. Al oír esto, el viejo sin ni siquiera hacer un movimiento que indicara inquietud le respondió: “De acuerdo, cuando quieras empezamos”
Dicho esto ambos se dispusieron a llevar a cabo la apuesta y empezaron a talar árboles. Comenzaron los dos al unísono, pero mientras que el joven no descansaba en ningún momento, el viejo periódicamente dejaba lo que estaba haciendo y se sentaba. El leñador joven contemplaba estas escenas con regocijo pensando en lo fácil que le estaba resultando ganar. Terminada la competición, el resultado final fue favorable al leñador viejo ante la perplejidad del joven que dijo: “¿Cómo es posible que hayas talado más árboles que yo cuando mientras que tu has hecho descansos yo no he parado en ninguna ocasión?”. “Muy fácil - respondió el leñador – porque mientras tu trabajabas sin descanso yo me sentaba a afilar la sierra”
La moraleja de esta fábula nos enseña cómo el leñador joven aprendió que el éxito tiene 2 componentes: la capacidad de producción , y la producción de los resultados deseados.
Todos sabemos que es aconsejable mantener estos dos componentes equilibrados, pero cuando estamos muy ocupados produciendo (serrando) es difícil que nos tomemos el tiempo necesario par “afilar la sierra” (que nos ayudará a mantener nuestra capacidad de producción), porque este mantenimiento rara vez produce resultados inmediatos importantes.
La búsqueda de resultados inmediatos nos puede llevar a movernos cómodamente en la urgencia y podemos incluso llegar –sin darnos cuenta- a entrar en una “adicción a la urgencia”, convirtiéndonos en “esclavos de la tiranía de lo urgente”.
Afilar el hacha significa que, además de buscar los resultados inmediatos de la producción en nuestra vida profesional, debemos buscar también el equilibrio entre las 4 áreas de nuestra vida: física, social/emocional, intelectual y personal.
Sólo así podemos conseguir una gestión eficaz de nuestro tiempo vital y una mayor calidad de vida.
El objetivo de este artículo es pararnos a pensar por un momento si gestionamos bien nuestro tiempo y si realmente todo aquello que consideramos prioritario realmente lo es.
El relor y la brújula
Cuando una persona está luchando por su desarrollo profesional dedica un gran número de horas al trabajo para poder alcanzar sus metas profesionales y sus ilusiones.
Cuando años más tarde llega a alcanzar puestos de responsabilidad se da cuenta que tiene que seguir dedicando tanto tiempo a su trabajo que puede llegar a olvidarse incluso de aspectos vitales claves para el equilibrio personal.
Los métodos actuales de gestión del tiempo eficaz parten de la premisa de que “un buen directivo no tiene por qué pasar toda su jornada laboral resolviendo problemas urgentes, sin tiempo para nada más”.
Un directivo eficaz necesita tiempo para tomar decisiones (de presente y de futuro) y para poder discernir entre lo verdaderamente importante y aquello que lo parece y realmente no lo es tanto, o incluso es superfluo y por tanto no merece prestarle la más mínima atención.
Cuando empezamos a percibir que nuestro trabajo nos absorbe tanto que “no tenemos tiempo” para vivir, solemos intentar poner remedio acudiendo a una librería y buscando con esperanza algún libro que nos enseñe “recetas mágicas” para poder tener más tiempo.
Pero cuando leemos el libro nos encontramos con que nos ha aportado algunas pautas de comportamiento eficaces sobre cómo organizar mejor nuestra agenda, nuestros papeles y nuestras actividades profesionales.
Intentamos ponerlo en práctica los primeros días pero.....al cabo de un tiempo volvemos a estar como antes.
Esto ocurre porque la gestión del tiempo es un hábito y por ello, para poder cambiar de manera eficaz necesitamos “desaprender” algunos hábitos adquiridos a lo largo de nuestra vida, para “aprender” otros nuevos, que estén más de acuerdo con nuestras necesidades personales y profesionales del momento actual.
Los métodos clásicos de la gestión del tiempo van dirigidos a gestionar “el reloj”, es decir, nuestras obligaciones, las actividades que “tenemos” que hacer (compromisos, citas, horarios,...).
Pero se olvidan de un aspecto clave en la gestión de nuestro tiempo : “la brújula”, es decir, lo que “nos gustaría” hacer (lo que realmente es importante para nosotros, nuestros valores y principios, nuestras metas – tanto profesionales como personales-,...).
La brújula nos orienta hacia dónde queremos ir y esto nos ayuda a definir cuáles son nuestras prioridades en cada momento.
Entre el reloj y la brújula puede existir una brecha importante (cuando nuestras obligaciones no son coherentes con nuestros valores y metas) . Cuando esto sucede tenemos la sensación de que no somos dueños de nuestro tiempo, y podemos pensar incluso que necesitamos cambiar, pero..... no nos resulta fácil con los métodos tradicionales.
Para lograr la gestión eficaz de nuestro tiempo es necesario encontrar un equilibrio entre el “reloj” y la “brújula”, (entre lo que “tenemos que hacer” y lo que “queremos hacer”).
Un nuevo enfoque en la gestión del tiempo
Para solventar esta cuestión se han propuesto varios enfoques, pero casi todos ponen su énfasis en lograr una mayor planificación y en asignar prioridades en base a la urgencia y a la importancia. Pero... ¿qué es realmente importante?.
Esa quizá es la pregunta que con más frecuencia se hacen los directivos cuando deciden planificar su tiempo, pero la respuesta dista mucho de ser fácil.
Muchas veces emprendemos acciones que creemos importantes sin pararnos a analizar si realmente lo son o si nos compete a nosotros realizarlas.
A veces nos podemos “autoengañar” pensando que “nosotros lo hacemos mejor”, que “este es un tema que siempre lo hemos hecho nosotros, personalmente”, o que “tardamos menos en hacerlo que en enseñárselo a alguien”. Todos estos pensamientos son un obstáculo para lograr una gestión eficaz de nuestro tiempo.
Cuando surgen estos pensamientos es imprescindible pararse a reflexionar sobre cuáles son los asuntos que requieren nuestra atención de forma prioritaria y no podemos delegar , y por otro lado, qué podemos aplazar o asignar a otras personas (y cómo).
Cuando no tenemos tiempo ni para pararnos a pensar podemos cometer errores de gestión importantes (falta de delegación, control excesivo, comunicación escasa con el equipo, poca dedicación a la planificación a medio/largo plazo) que nos obligan a “estar en guardia” en todo momento, nos desgastan personal y profesionalmente, e incluso nos llevan a tener una sensación de “incompetencia profesional” por no poder atender con eficacia todas las actividades que conlleva nuestro trabajo.
Por todo esto, el último enfoque de la gestión del tiempo no se centra exclusivamente en administrar nuestro tiempo profesional (nuestro reloj) sino que aborda también la administración de nosotros mismos, o lo que es lo mismo, nos da pautas para liderar nuestra vida.
Lo que pretende este enfoque es encontrar el equilibrio entre todos aquellos factores que influyen en nuestra vida, (personal, laboral, intelectual, físico y social).
Si conseguimos una adecuada combinación de todos ellos conseguiremos una gestión eficaz de nuestro tiempo.
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